Si lo dibujáramos en un plano, la primera vez que sucede algo es un punto en el espacio, un punto perdido. Pero la segunda vez marca una línea, una trayectoria con dirección e intención. Por ello es esperable que ocurra una tercera vez. Este dicho popular es muy interesante para meditar sobre los traumas, las víctimas, las victimizaciones y los hechos traumáticos. El Licenciado Juan Jorge Michel Fariña, titular de la cátedra de Ética y DD.HH. en la UBA mencionaba particularmente este punto.
Respecto a las personas víctimas de violencia de cualquier tipo, podemos pensar en este modelo, hasta un niño entiende un exabrupto de un adulto, pero cuando ya es moneda corriente el insulto y el golpe vemos efectos de temor, sentimientos de inferioridad, culpa, etc. Por supuesto que los recursos de un niño para defenderse son escasos, pero en un adulto ya estaríamos hablando de responsabilidad en el sentido de ser consciente de que está permitiendo ser atacado y no puede o no quiere liberarse de esta situación.
Pero volvamos a la culpa en el niño, uno se preguntaría cómo y por qué podría un niño sentirse merecedor de tales tratos? Desde qué lugar es capaz de hacerse responsable de lo que le sucede? Porque si observamos de cerca, el niño no se siente una víctima, ni aunque lo sea, se siente culpable, responsable, merecedor de todo aquello que le hagan y es desde allí donde podría quedar detenido subjetivamente permitiendo en su madurez que estas situaciones se repitan. De dónde nace su culpa? Del amor incondicional de los niños hacia sus padres. De ese amor surge la capacidad de pensar que si sus padres, a quienes tanto ama, lo ven con una mala mirada debe ser que ellos saben sobre sí mismo más que él.
Luego ese padecimiento le deja abierta una herida que más tarde puede intentar elaborar de dos maneras, esto es, en forma activa o pasiva, repitiendo como victimario lo sufrido como víctima o volviendo a colocarse como víctima intentando atravesar ese dolor. No hay forma de que no deje huella, dicen los kabalistas que el maltrato en un animal lo hace no apto para el consumo humano ya que le deja huellas de negatividad hasta en los huesos, imposibles de borrar.
Participando en una clase sobre criminalidad hablaban sobre el triángulo victimario-víctima-situación, viendo en cada uno de estos puntos cómo se determina un hecho delictivo. El profesor mencionaba que las prostitutas eran muy proclives a ser víctimas de delitos, yo acoté que además de ello, es muy común que hayan sido víctimas de abuso en su niñez y una participante, claramente incomodada por mi comentario, manifestó que no todas las personas abusadas terminaban teniendo el mismo destino.
Obviamente que no, ese es el mayor regalo que tenemos en la vida, la libertad de elegir. La libertad en sí misma. Lo que no siempre sabemos es por qué elegimos libremente aquello que nos hace mal?